Espacio público en disputa: problemáticas en torno a las juventudes y las mujeres
Los grupos juveniles y su ocupación del espacio público se han convertido en una aparente amenaza ante las instituciones de seguridad que, bajo un discurso discriminatorio, tienden a la persecución de aquellas personas que han optado por las zonas barriales (o apropiación de los espacios de su barrio) para la reunión y convivio, ante la falta de accesibilidad a otros lugares. A su vez, la tolerancia y omisión gubernamental ha permitido la apropiación de los espacios públicos como zonas de guerra, siendo su uso bajo el temor y el miedo de la ciudadanía. Por ejemplo, canchas que cobran para su uso; espacios de recreación, culturales y deportivos centralizados territorialmente; lugares culturales con costos elevados; parques abandonados y apropiados por el crimen organizado; así como la inseguridad constante impiden el pleno disfrute de nuestros espacios.
Se ha producido un desplazamiento de lo público a lo barrial, en donde ha sido necesaria la organización de las colectividades juveniles para la protección de sus comunidades, lo que ha contribuido a una vigilancia y persecución policíaca. La criminalización no sólo se basa en la condición de juventud, sino también en el habitar territorial, es decir, zonas periféricas y empobrecidas que, para diversos sectores, son sinónimo de delincuencia y violencia. Muchas de estas condiciones han sido instauradas de manera externa, o acaso ¿la violencia estructural no se desprende de un sistema de abandono que condena a condiciones de vida precaria?
El discurso de “los pobres son pobres porque quieren”, nos mantiene en una zona de confort que limita reflexionar sobre las cuestiones estructurales que condenan una vida de pobreza y contribuye a los procesos de criminalización y discriminación de las juventudes.
Aunado a esto, las diferencias de género son significativas para utilizar el espacio público entre las personas jovenes. Por ejemplo, ser mujer y transitar por las calles es resistir a las violencias de la vida cotidiana, tienen que luchar por hacerse presentes, pues no se les brindan las condiciones necesarias para el disfrute de sus derechos en el espacio público. Mientras que, para los hombres, hay un pacto social en donde se les otorga la libertad para apoderarse de los espacios, que, si bien no los exime de su exclusión, sí brinda mayores condiciones para su disfrute. Los hombres tienen mayor oportunidad de jugar fútbol en la calle, parques y canchas públicas; transitar libremente sin el acoso callejero, sin ser tocadas por gente extraña o culpabilizados por su forma de vestir; el consumo de bebidas alcohólicas en las calles es de forma diferenciada, como en las zonas rurales donde a los hombres se les justifica mientras a las mujeres se les estigmatiza.
Las mujeres luchan a diario por conquistar ese acceso, desde los liderazgos vecinales o barriales, trabajan para rescatar las zonas comunitarias abandonadas y exigen la creación de espacios colectivos seguros para ellas, para sus hijas e hijos, hermanas y hermanos y las comunidades que han sido excluidas históricamente.
Ojo, no se trata de romantizar las colectividades juveniles, sino una invitación a reflexionar más allá de lo visible, de lo impuesto, de lo que sigue excluyendo. Es echar una mirada a los contextos donde se genera la defensa del territorio y la lucha por ser parte de espacios públicos, porque simbolizan la representación de la sociedad, el lugar de encuentro y el habitar la ciudad.
El pleno disfrute del espacio público es un derecho para el desarrollo integral de las sociedades, comunidades y en especial, de las personas jovenes.
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